En sus manos

En su mirada tenía tatuada la fascinante expresión de sorpresa que sólo un niño puede reflejar, aunque resultaba algo extraña en un hombre de su edad. Sus ojos habían observado con asombro algo que probablemente no volvería a contemplar hasta el fin de sus días.

Por un instante olvidó que ella no tenía alas y que los milagros son sólo de dominio divino. Se llevó las dos manos a la cara y se dejó llevar por un llanto que le nació desde el pecho y estalló en sus ojos con la fuerza de un océano. Todavía sin poder controlar ls lágrimas, quiso tomarla de la mano, pero ella le invitó a sentarse con la mirada más dulce que un hombre haya podido ver en este mundo.

Recostado sobre el suelo, se encontraba el pequeño gato que había sido sanado con las manos milagrosas de aquella dama. Ante los ojos de aquel anciano, no había ciencia, ni tecnología que pudieran explicar aquel milagro. La mujer se retiró tan rápido como llegó, dejándole una sonrisa que lo acompañaría hasta las últimas horas de su existencia.

Sin salir de su asombro, el anciano contempló como su pequeño gato se ponía en cuatro patas y ensayaba sus primeros pasos, luego de aquel terrible accidente, que le arrancó por unos instantes la vida. El hombre se acercó a su amigo felino y le acarició la cabeza.

Con esfuerzo se sentó en una silla y aún con lágrimas en los ojos, trató de recordar aquellas palabras que no pronunciaba hacía mucho tiempo. En cuanto la memoria le dio un guiño, juntó sus manos y rezó.

Aunque jamás pudo olvidarla, nunca más volvió a verla. Sin embargo, al dar su último suspiro, él supo que ella estaba allí, tomando su mano para sanar sus penas y acompañarlo en su nueva vida.

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